Viaje a Oriente

"... Pues nuestra meta no era simplemente Oriente, o, más bien, nuestro Oriente no era solamente un país, algo geográfico, sino la patria y la juventud del alma. La cual se hallaba en todas partes y en ninguna, pues era la síntesis de todos los tiempos."

(Viaje a Oriente, Herman Hesse)


Hoy comencé la lectura de Viaje a Oriente, de Herman Hesse. Y me hallé ante un Hesse diferente del que hube conocido a través de Demian, El lobo estepario, Siddartha y Tres momentos de una vida, el resto de obras que leí de este autor que me maravilla y me espanta a la vez. Pero también era el mismo de siempre: la misma exuberancia existencial de Der Steppenwolf, la misma búsqueda inquietante de Demian que nos lleva de lo puro a lo terrible, y la misma sensación de vacío y sentido expuesta en Tres momentos..., junto con el tono profundo y sereno de su Siddharta.
Pero el recuerdo de todas aquellas ideas, personajes y sensaciones a los que hube accedido a través de estos libros, quedaban muy atrás en el tiempo, lo mismo que las ideas, personas y sensaciones que conocí siendo yo mismo, otro, años atrás. La propia vida es una forma de literatura, y la identidad nuestra, un relato que decidimos y construimos incesantemente, y si se anda sin cuidado, también inconscientemente.
Cobrar real conciencia de esta condición puede acercarnos, quizás, un poco a la experiencia de Antoine Roquentín, el protagonista de La náusea, de Jean Paul Sartre, a quien la realidad se le resbalaba de las manos y cuya obsesión por retener los detalles del mundo lo arrastraban prácticamente a la locura. No se puede sostener nada entre las manos, no sólo porque las cosas se desvanezcan en el tiempo, igual que si no hubieran existido, sino también porque nuestras manos van desapareciendo; no tengo hoy las mismas de ayer. Son otras.

Hoy comencé la lectura de Viaje a Oriente, de Heman Hesse. Y me hallé ante un Hesse diferente del que hube conocido años atrás. Básicamente porque el diferente soy yo. En este nuevo y breve relato, el protagonista emprende un viaje iniciático de carácter espiritual rumbo a Oriente, incorporado a una Orden con tintes religiosos, más bien gnósticos y metafísicos. Sin embargo se declara incapaz de narrar los pormenores del mismo, que han sido numerosos e impresionantes.
Así, tampoco yo soy capaz de narrar los pormenores de mi viaje a través de los libros. No he tomado notas, no he estudiado, no pensé en ellos más que como en experiencias, felices o no, profundas o no, entretenidas o no, que al igual que las de mi propio cuerpo y las de mi propia mente, me han ido constituyendo. Pero aquel chico de veinte años que empatizaba con Demian desapareció, y no puedo traerlo de vuelta para que me cuente qué fue lo que le pasó con aquel libro. En todo caso, lo que apenas puedo hacer hoy es evocarlo y repensarlo desde este lugar.
No me mortifico por esto. Los libros se leen, se impregna uno de ellos y la vida continúa; de igual modo sucede con las experiencias de vida. Pero se me ocurrió pensar hoy que algunos paisajes merecen ser retratados, algunos lugares merecen ser vueltos a visitar, y algunas ideas merecen ser conservadas, más no sea como pequeñas señales, destellos que iluminaron el humilde camino que se ha recorrido.
La intención de este blog, en fin, no es otra que volver a aquellos lugares y retratar otros nuevos, en un tímido intento de devolver lo que me ha sido dado a través de la lectura. Y lo haré por medio de breves comentarios que no pretenden, de ninguna manera, analizar la forma literaria de obra alguna, sino describir mi experiencia con ellas. Algunos textos de mi propia autoría formarán parte de esta experiencia, pero también lo harán desde mi lugar de lector, que no es poca cosa: es el lugar en el que me he parado para observar el mundo.

Que sirva, entonces, como experiencia colectiva, sistema de vasta inteligencia viva.


Matías Berrondo



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